Ella, joven,
guapa, inteligente, talentosa… todo lo que una chica de su edad pudiera desear.
Rodeada siempre de amistades, dispuesta a disfrutar de cada minuto de su vida,
sin miedo a nada ni si quiera al fracaso,
un día como otro cualquiera se levanta de su cama y saluda al nuevo día que ante ella se
presenta con una amplia sonrisa en su
rostro. No sabe por qué, pero siente que algo está a punto de cambiar, no sabe
el qué tampoco ni de qué forma, simplemente lo siente.
Durante
el resto del día ese pensamiento la persigue, no la abandona en ningún momento,
no la deja ni a sol ni a sombra. Ya a la noche, en la más estricta soledad y bajo
la atenta mirada de la luna, Marta se sienta en el tejado, mira hacia el cielo como
pidiendo un deseo a alguna de las
estrellas que, en aquella cálida noche decoraban el cielo de Madrid.
Más que
un deseo, lo que probablemente pedía Marta era una respuesta. Quería saber qué debía
hacer, qué era eso que durante todo el día ha llevado en su cabeza y que no la
ha dejado prestar atención a nada de lo que a su alrededor sucedía.
Días
más tarde, se despierta, con los ojos entreabiertos y aún un poco aturdida por el
sueño, echa un vistazo a su alrededor. Nada le resulta familiar.
Definitivamente esa no es su habitación, ese no es su apartamento. ¿Dónde está?
¿Qué hace ahí? Minutos más tarde se da cuenta de lo que pasa. Es cierto esa no
es su habitación, ni su apartamento, ni
si quiera está en Madrid. Está en Londres, a miles de kilómetros de su hogar. ¿El motivo?
Muy fácil, solo hay que darle para atrás al tiempo, una semana exactamente. Esa
noche de verano, bajo el cielo estrellado y la luna como espectadora lo
decidió, decidió que tenía que volar, tenía que cumplir todos esos sueños que
un día escribió y tiró en una botella al mar. Tenía que descubrir cómo es la
vida en realidad y qué sorpresas le aguardaban.
Hizo
sus maletas, dentro de ellas solo lo imprescindible: un par de libros para
hacer más ameno el viaje; sus tacones preferidos para pisar bien fuerte; ropa
de abrigo, aunque no demasiada y fotos,
muchas fotos, de su familia y de su grupo de amigas, cada foto la transporta a un lugar, a un olor, un sentimiento…un
recuerdo. No necesitaba más, ya estaba preparada.
Cogió
el primer vuelo directo desde Barajas hasta Heathrow y así fue como se marchó,
con una breve llamada a sus padres y un estado en su Facebook que ponía: “Chicos,
me voy a perseguir mi vida. Nos vemos por Londres ;) “.
Y ahí está,
en Londres en una habitación de un pequeño hostal, con unas ganas locas de
comerse el mundo, con ganas de salir a la calle coger el metro y perderse,
perderse entre las calles, el ruido, los coches, la gente…Quiere perderse para
poder encontrarse.
Sin
perder ni un minuto Marta se pone en pie, se da una relajante ducha, elige sin
prestar mucha atención la ropa, coge su cámara de fotos y se pone en marcha. Para en el Starbucks que
está a unos cinco minutos de su hostal y con su Café Frapuccino camina sin rumbo
hacia ningún lugar.